Me guste o no me guste tengo proyección pública. Y por tanto me guste o no me guste los medios de comunicación me pueden grabar o hacer una fotografía urgándome la nariz en el coche mientras espero que el semáforo se ponga verde; el mismo color del que estamos poniendo últimamente (y yo el primero) a la Sra. Jueza que recientemente ha dado al traste con la pretensión de Telma Ortíz de vivir tranquila sin el acoso de las aves carroñeras de la prensa rosa o amarilla.
Te pasas la vida deseando que te inviten a algún acto social importante y ahora resulta que según esta profesional de la administración de justicia, a partir de ese momento ya pueden grabarte con todas las de la ley en mitad de la calle mientras te sacas la gomilla del tanga del desfiladero de las posaderas. Y parece ser que esa misma proyección pública la consigues según lo que hagan o dejen de hacer tus familiares próximos; de esta manera tiene proyección la cuñada de Tejero, el hermano del "Dioni" o la sobrina de Mario Conde. Les guste o no.
Y en el fondo del asunto sigue Telma, y muchas otras personas, siendo acosada por una bandada de fotógrafos y cámaras que, fieles a la voz de su amo y de quien paga la nómina, la siguen a todas partes porque eso vende y, aunque la mayoría de las personas no lo quieran reconocer, se compran esas revistas y se ven esos programas de televisión.
Yo, que cada vez tengo más fe en la justicia y menos en los encargados de administrarla, ni comparto ni respeto el criterio de la Sra. Jueza en ninguno de sus extremos: Respecto a la proyección social considero que real y legalmente la tiene quien por sus propios méritos, trayectoria, profesión o rango le corresponde; ejemplos: la Princesa de Asturias, el Presidente del Gobierno, una presentadora de televisión, un actor, una ganadora del premio Nobel o un tenista ganador de torneos, y punto. Ni sus familiares, ni sus vecinos, ni sus parejas, ni quienes comparten con ellos actos sociales.
Y como segunda cuestión: Aunque una persona tenga proyección social, la tiene en el ejercicio de su profesión o actividad, el resto del tiempo pertenece a su vida privada y por tanto nadie tiene derecho a violar esa privacidad. Buenafuente, al salir del estudio, tiene el mismo derecho que el repartidor del butano a que se le deje en paz una vez que termina su trabajo.
Esto lo tengo clarísimo aunque diga lo contrario una Sra. Jueza o el mismísimo Tribunal Constitucional, que dicho sea de paso, tampoco es que últimamente tenga su credibilidad como para tirar cohetes.
Moisés Chacón
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